Lo sabes. Sé que lo sabes y por eso me paro un momento. Para recalcarlo.
Habrás entrado a este mundo de pequeño, desde el atletismo escolar. Probablemente, si no, seas uno más de los que han descubierto que el modo de vida [escalofríos] del tipo deportista del siglo XXI es fastuoso, te realiza y llena como persona. O, es posible, seas una convencida estajanovista de la vida sana y añadas el trote moderno a tus esfuerzos por alcanzar la plenitud.
Porque te van a doler tendones, músculos, paredes cardíacas y diez partes más de tu cuerpo. Si la naturaleza nos hubiera querido corriendo ad aeternum nos habría extirpado el cerebro. Corremos mientras éste, el jefe, mantiene el estímulo químico que tolera el dolor.
Ya, pero…
Este no es un ejercicio complicado. Es tosco y no necesita grandes parámetros técnicos o estratégicos. Es fácil si el objetivo es ir ganando kilometritos a la vida sedentaria. Es, coronando la cesta de navidad de la cosmogonía deportiva, agradecido como pocos, recompensando con rapidez tus progresos.
Pero un día duelen más las piernas en mitad de una ventisca o bajo un chaparrón. Los pinchazos de un pie duran semanas y no, como desearíamos, minutos. Si nos pasamos, duele. Si salimos cortos de bagaje y queremos apurar distancia o méritos, duele por partida doble. Podemos entrenar como bestias. Podemos alimentarnos como recomendarían cien Nutricionistas clonados al efecto. Y, por un raro mecanismo de martirio voluntario, aplicamos esa preparación para que todo nos duela un poco más. En ocasiones, toneladas de sufrimiento encaminadas a que, el día de la carrera, “disfrutemos sufriendo”.
El camino más rápido para quemarse o romperse.
Y mira que tenemos defensores del sufrir natural, del dolor sin aditivos, de la conversión del dolor de correr en un reto, de la superación. Le hemos añadido un sin fin de mecanismos de conmiseración.Están esos halagos a la recompensa de la ducha, del sentirse bien. La literatura de la endorfina sitúa el placer inmediatamente después del dolor.
Pero te diré una cosa, joven amigo. Del dolor, pero también del fisioterapeuta o del quirófano. Sólo aviso.
¿Es tan duro esto?
Yo creo que sí. Y es necesario que nadie se lleve a engaño. O abandonarán el correr por el próximo y más moderado deporte que surja.
Leo en ocasiones que el deporte se lleva a extremos innecesarios. “Pero cómo meten esas etapas por el frío y la nieve a los pobres ciclistas”, se suele leer. Ya. Es que han optado por la bicicleta de carretera y han querido ser profesionales de ello. Las reglas de ese juego están escritas desde 1900. Las reglas de correr se dejaron a un lado en cuanto logramos inventar un medio de locomoción más rápido. Correr quedó para las fiestas, las apuestas entre los tipos más duros de la zona.
Los demás, miraban.
Al igual que descubrimos con nuestros ojos las extraordinarias gestas que deportistas pueden hacer sobre una bicicleta, raquetas de nieve, bastones o cuerdas y piolets, viene un momento en que no paramos a analizar lo siguiente: el estado natural del género homo, el de estar en movimiento, se alterna con periodos de parada. La evolución ha hecho que nos adaptemos antes de reventar o ser devorados.
Por decirlo de otra manera, la mejor medicina para cuando correr duele es dejar de correr. Es muy posible que sea uno de las últimas trazas de inteligencia que le queden al ser humano.
Firmado, un abuelo cascarrabias.
Fuente: Blog 20 minutos
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